dijous, 27 de desembre del 2007

El puente

Para cruzarlo o para no cruzarlo
Ahí está el puente.

Mario Benedetti

Bajó la marea y me encontró
desnuda y con ganas de llegar al otro lado.
El horizonte se desdibujaba
y en su lugar aparecía un puente nuevo.
Las raíces me retenían y mi corazón de árbol,
imperturbable, se resistía a caminar la magia del futuro.

Las dudas eran hojas secas que revoloteaban,
remolinos ruidosos, prisiones de deseos...
Y mi mirada viajaba más allá de los árboles
esperando la respuesta que nunca llega.

No me conformé con respirar la brisa marina.
No podía seguir siendo estatua.


Por: Maribel Guerrero,

dijous, 20 de desembre del 2007

Atardecer



Oleo de Guerrero Román

Palabras

Amo jugar con las palabras,
buscar sus múltiples texturas:
desde la caricia aterciopelada
hasta la rugosidad áspera de lija.
Y, con ellas, con todas ellas,
inventar historias
que conmuevan.
Que hagan reír
o que hagan llorar.
Que entretengan.
Que adormezcan.
En una tarde fresca de otoño,
acompañados por la brisa de los árboles,
paladeamos el aroma de las palabras
y nuestra mirada se pierde en el horizonte,
mientras el cielo, rosa salmón, se oscurece.

dimecres, 19 de desembre del 2007

La mirada de Romero


De todos los animales que tuve de niña, sin duda mi favorito, era el caballo Romero. Tan grande y, a la vez, tan ligero. El abuelo me subía a sus lomos y juntos paseábamos por el monte en los eternos veranos de mi niñez. Recuerdo su mirada, intensa, marrón, tan antigua como el tronco de un viejo olivo. Sólo el abuelo tenía una mirada parecida, cuando con las últimas luces del día se quedaba ausente, pensando quizás en tiempos mejores.


Primero se fue el abuelo, una mañana fría de otoño. Yo estaba aún en la escuela primaria. Lo recuerdo como si fuese ayer. Teníamos examen de lengua cuando entró el director y susurró algo al oído de la maestra. A continuación, me comunicaron que recogiese mis cosas y saliese de la clase. También, recuerdo que protesté algo como que aún no había terminado el examen....
En la puerta de la escuela, estaba esperándome mi padre. Con la mirada algo más cansada de lo habitual. Silencioso. Cogidos de la mano, nos dirigimos a la vieja estación de tren. Yo no entendía nada, pero tampoco me atrevía a preguntar “¿por qué?” o “¿hacia dónde?”. Aunque no tardé mucho en darme cuenta que nos dirigíamos a casa del abuelo.

Al llegar anduve sola por el huerto. Los cerezos habían perdido todas las hojas y el emparrado estaba lleno de insectos y pájaros, que lidiaban por comerse las últimas uvas. Mi corto paseo acabó en el establo. Romero estaba solo. Encerrado. Sucio. Le llene el cubo de agua. Bebió vorazmente. Y lo saqué a pasear. Y de un tirón se soltó de la rienda y salió corriendo, saltando vallas hasta perderse en el horizonte mientras yo me quedaba inmóvil, sola, viendo como saltaba todos los obstáculos y llegaba libre al final del camino.

Empezaron a llegar familiares, aquellos que cuando anunciaban que nos venían a visitar en el verano, el abuelo decidía, que era un buen día para irnos de pesca, nosotros dos solos. Solos con Romero. Eran días fantásticos. Una vez incluso pescamos una enorme trucha que luego nos comimos para cenar. Salíamos de casa al amanecer. Con las cañas de pescar y bocadillos y algo de fruta. Después de casi dos horas de camino, llegábamos a la orilla del río. Primero plantábamos las cañas y luego, tranquilamente, desayunábamos. Romero pacía libre en un prado cercano, el mismo al que huyó aquella mañana gris de otoño, en que el abuelo murió, y donde lo hallamos papá y yo al día siguiente sin vida.


La semana pasada fui a pasar el día con mi hermana y mi sobrina, de quince meses de edad. Como vivimos en ciudades diferentes, apenas podemos vernos. La pequeña Sara, que según mi hermana cambia cada día, para mi, que hacía unos meses que no la veía, era una desconocida. Pero no lo era. En un rato que estuve jugando a solas con ella, se me acercó con su andar aún tambaleante y me ofreció una pelota y, cuando iba a cogerla, vi dentro de sus ojos pequeños aquella misma mirada, la mirada del abuelo, la mirada de Romero.

Por Maribel Guerrero
Oleo de Guerrero Román

dilluns, 17 de desembre del 2007

Ahir

Quan abril il•lumina
el meu horitzó,
cerco un bri d’herba fresca
dins el teu cor.

Aroma blanca,
càlida carícia,
bes infinit amb regust de sal.

diumenge, 16 de desembre del 2007

El Puente



Oleo de Guerrero Román

dijous, 13 de desembre del 2007

Otros puentes

Cuantos puentes debo cruzar
si cada día es una aventura,
y cada instante distinto al anterior

Cuanto debo vivir para aprenderme la vida
y, así, dejar de tropezar, perder o abandonar…

Tanto cambio me absorve la seguridad y
me azota las raices…

A veces desearía habitar un rincón permanente
donde cada nuevo día fuese un día igual.
Pero cada amanecer es distinto,
cada mirada encontrada en el camino
esconde nuevos misterios, nuevos secretos,
y mi curiosidad infantil me arrastra,
deseosa, como un niño ante un escaparate de juguetes…

Por Maribel Guerrero

dilluns, 10 de desembre del 2007

Paisaje con rio



Oleo de Guerrero Román

diumenge, 9 de desembre del 2007

Fuego y humo

Soy una sombra de humo,
un espejo de vuestras miradas
el eco de tu voz
Estoy hueca, vacía.

Sólo reflejo el cristal de la nieve
o el horizonte que nunca llega
De pronto, salta un chispa
minúscula pero suficiente.

El fuego prende de nuevo,
quema mi bolso viejo
y mi cartera y mi silencio.

Yo soy el fuego que calienta
Yo soy el fuego que quema.

divendres, 7 de desembre del 2007

Tardor

dimarts, 4 de desembre del 2007

Añoranza del río

Hoy busqué entre las palabras,
aquellas que me diesen frescura,
aquellas que ocultas bajo las piedras
tenían sabor de agua.

Pero llegó la noche
y mis manos seguían vacías,
y mis sueños permanecían ocultos
entre la sal y la arena.

Ante el dilema antiguo
de gustar o de huir
se dibujó una senda…

Cayeron los diques de contención
y, una nueva voz,
oculta entre músculos y huesos,
encontró el camino de salida.

dilluns, 3 de desembre del 2007

En el baúl


Permanecí tanto tiempo
oculta a mi mirada,
escondida en un viejo baúl,
que el día que decidí reencontrarme
apenas conocía la que veía.

¿Cómo pude guardar tanta vida?
¿Cómo pude ocultar tantos sueños?

Soy la que soy
y soy la que era.

También soy la que no deseo
y la que me gustaría ser…

¿Y los otros baúles?
¿Esconderán sueños y anhelos?
o, tal vez, ¿mentiras y desengaños?

O tan solo sueños mentirosos
y anhelos desengañados…

Por Maribel Guerrero
Pintura: Reencuentro, oleo de Remedios Varo